ABRIL. Tu tiempo se congeló y no volviste a pisar la realidad. Te echo de menos. Era primavera y tú tenías 83 años. Cada día perdías un poco de peso y mucho de voz. Olvidabas nuestros nombres, o las ganas de recordarlos, no lo sé. Te refugiabas en tu sillón con el deseo de dejar de respirar. Querías ser planta, decías, pero en tu interior ya no quedaban recuerdos por regar.
Aurora
MAYO. Pasan los días y siguen tiritándome, no de frío, las manos y la voz. A veces siento pánico. Qué quieres. Rabia y pánico de verme tan vulnerable. De no conocer ni el principio ni el final. Hasta que abres las ventanas de la casa con esa sonrisa de verano que todo lo envuelve. Todo lo bueno que compartes y que tengo la suerte de ir descubriendo. Verte despertar con ganas de cambiar el mundo. Verte abrir los ojos. O la mente. O las piernas. O el corazón.
Allá entre tus
JUNIO. No te lamió las heridas del cuello, aquellas que se abren de noche y miran al cielo y escuecen y quieres arrancarte con las uñas. Uñas que no tienes de tanto escarbar. De tanto abrir la misma puerta y ver el mismo camino que sube. Que agota. Que cruje como las cáscaras de huevo que olvidas entre tus dientes. Y masticas por no acercarte la mano a la boca. O por no escupir. O porque las cáscaras de huevo ya no erizan tu piel ni los músculos de tu cara se tensan ni encoges los dedos de los pies con cada movimiento de tus dientes.
Volver
JULIO. Si la distancia no decorara el perfil de mis ojos, si al deslizar mi mano no llenara el puño de eso, de sábana, de tela, de nada, diría que aún es ayer cuando lo llenaba de ella.
Luz de jaspe
AGOSTO. Lávate y cuéntame qué ves. No con tus ojos, que ya no tienes, sino con la piel. Háblame de la textura de sus carnes y el grosor de la suciedad que arrastran y acumulan en el asfalto. Háblame del tamaño y las intenciones de las piernas descubiertas que pasean. Del olor a hojas de menta en el fondo de cada vaso y té verde que sostiene el barrio.
El Raval
SEPTIEMBRE. Ven, dijiste al fin. Ven. Abre las piernas y no te pongas nerviosa.
Eucalipto
OCTUBRE. Y ahora qué. Dime tú. Ahora qué hago con estas ganas de escarbar la tierra con los dientes. Qué le voy a hacer si la distancia tiene la maldita manía de hacer sufrir. Y las palabras siempre llegan tarde. Como tú, mi amor. Ocho días. Tal vez a la pena hay que soltarle el pelo y dejarla ir. Qué sé yo. Soltarle el pelo y las cadenas y gritarme quédate, joder. Quédate. Y mañana quién coño sabe.
Martes 11
NOVIEMBRE. Sentirá que de la arena escapan todas las manos de la ciudad para agarrarse a sus tobillos. Para no dejarla marchar. Recogerá la vida en el cuenco de sus manos. Querrá acumularla y llevarse un pedazo de mar. La verá escurrirse entre sus dedos. Justo en ese instante, Filomena entenderá que a la vida le faltan días.
Filomena
DICIEMBRE. La brisa golpea suerte en la ventana, sin saberse buena o mala.
Valparaíso
ENERO. Congelo el momento. Así hará más ruido al lanzarlo contra el suelo.
La que fui y nunca soy
FEBRERO. La busqué en el jardín y en otros rostros, en otras curvas, en otros lunares. Ya cansada y sin uñas, la busqué dentro del pecho, más abierto que entonces. La busqué dentro del pecho, más caído y más adentro, pero tampoco estaba.
Olor a pecho y animal
MARZO. Deja las gafas sobre la mesa y se rasca la marca que tiene alrededor de la nariz. El contorno de sus ojos se arruga como la piel de un elefante. Casi una lágrima. La recoge con la yema de los dedos y la guarda en el bolsillo de su camisa, junto con la peineta y el bolígrafo. Limpia los cristales de las gafas con un pañuelo y se las vuelve a poner. (Avi. Retratos)
Avi